sábado, 3 de marzo de 2012

Vestido y camisola

Cuando llegaron al río, Leisha se sentó en la orilla y metió los pies en el agua tras remangarse el vestido.
- El agua está perfecta -comentó.
Tras ello, se fijó en que su vestido estaba mugriento e hizo una mueca. Se miró los brazos y descubrió que ella también estaba bastante sucia. Buscó a Evan con la vista para saber dónde estaba y se sorprendió al verle darse la vuelta.
- ¿Dónde vas? -preguntó.
- A otra parte del río, supongo que no querrás que vea cómo te bañas -dijo convencido.
- Ah... Vale... Gracias.
Cuando el chico se perdió de vista entre los árboles, se quitó el vestido y la camisola y se metió en el agua. La corriente era suave, y el cauce ancho, por lo que pudo nadar sin problemas. Además, la profundidad era la ideal, hacía pie sin darse con las rocas al sumergirse.
Estuvo allí un rato hasta que se sintió lo suficientemente limpia, salió del agua y se puso la camisola. Acto seguido, comenzó a lavar el vestido.
Oyó el crujir de una rama y su corazón comenzó a latir más deprisa. Paró y miró hacia atrás. Se tranquilizó al ver a Evan apoyado en un árbol mirando hacia otro lado para no incomodarla.
- Ah... Ya estás aquí -dijo.
El chico no contestó, pero si la miró.
- ¡Eh! ¡No me mires! -se tapó con el vestido, pero al estar mojado solo consiguió empapar la poca ropa que llevaba puesta-. Perfecto... ¿Y ahora qué?
Evan se rió y se acercó a la chica. Se quitó la camiseta y se la dio. Se giró mientras esta se cambiaba y cuando terminó cogió su ropa e hizo un gesto para que le siguiera.
Leisha asintió y comenzó a caminar detrás del joven.

jueves, 1 de marzo de 2012

Evan

Cuando llegó, el joven traía en sus manos un montón de frutos del bosque envueltos en un trozo de tela y una jarra de agua. Leisha permanecía sentada observando el balanceo de las hojas cuando oyó al chico llegar. Se levantó y acudió a él, examinando la comida con impaciencia.
- ¿Qué has traído? -preguntó.
- Comida -contestó él, convencido.
Leisha rió y le miró, cuando se dio cuenta de que el chico lo decía en serio, se acordó de que le costaba hablar su idioma.
- ¿En qué idioma hablas tú normalmente? -le miró atenta, convencida de que era ese el problema.
El chico la miró extrañado y levantó una ceja, pero no se quedó callado.
- Yo... Mmm... Yo no suelo hablar mucho... Pero... No sé... -se encogió de hombros y le ofreció la comida.
Leisha comenzó a comer agradecida, aunque estaba confundida.
- ¿Y cómo te comunicas con los demás entonces? -preguntó al tiempo que masticaba.
- ¿Con quién? -ya comenzaba a familiarizarse con las palabras, por lo que apenas se trababa al hablar.
- Ya sabes... con tus amigos, tu familia... -al mencionar la última palabra, se estremeció y decidió no hablar de aquel tema que tanto la disgustaba en mucho tiempo. Cogió otra baya y observo al chico, que permanecía en silencio mientras paseaba la vista por el bosque.
Al cabo de un rato, el joven volvió a mirar a Leisha y encogió los hombros.
- Yo no tengo eso -dijo.
Leisha se quedó atónita, veía extraño a aquel muchacho que había compartido su comida con ella, pero no antisocial.
- No creo que en tu pueblo todo el mundo pase de ti... -inquirió expectante.
- ¿Pueblo? -el chico rió- Yo no vivo en un pueblo.
- Ah, ¿no? -Leisha cada vez estaba más confundida, pero bebió un trago de agua y siguió pensando en lo extraño que era el joven.
- ¿Tú si?
- Bueno... Sí... Pero... -miró a otro sitio, dando a entender que no quería hablar de ese tema. Acto seguido, cogió más bayas y le acercó la tela al chico, viendo que no comía.
- No, gracias -el joven sonrió y se sentó en el suelo, arrancó una brizna de hierba y esperó.
Leisha siguió comiendo hasta que se sintió satisfecha y envolvió la comida. Dio unos sorbos más de la jarra y puso todo bajo una raíz del árbol. La jarra estaba vacía, pero ya no le importaba, había bebido todo lo que necesitaba y ahora aquel chico podría decirle dónde encontrar más agua. Entonces cayó en la cuenta de que no sabía el nombre de aquel joven.
- ¿Cómo te llamas? -dijo al tiempo que se levantaba.
- Evan.
- Yo me llamo Leisha -hizo una mueca-. Ya sé que es un nombre raro, pero... bueno, así quisieron mis padres que me llamara.
- Pues a mí me gusta -sonrió y se levantó-. Ven, seguro que te interesa saber dónde está el río.

martes, 28 de febrero de 2012

El sonido del agua

- ¿Hola? - consiguió decir Leisha con un gran esfuerzo.
Se ayudó del tronco para levantarse lentamente y escrutar las sombras en busca de cualquier cosa que le indicara la presencia de alguien. Tras un rato observando atentamente el bosque, se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el tronco. Aún estaba dolorida por el esfuerzo de la noche anterior, pero estaba lo bastante recuperada como para poder caminar y moverse con más soltura que unas horas antes. 
Cerró los ojos para relajarse y notó las consecuencias de huir: el hambre y la sed. Escuchó atentamente esperando oír el sonido del agua, pero sólo se percibía el silbar de las hojas al ser agitadas por el viento.
De nuevo se preguntó a sí misma dónde estaba, sabía que aquello era un bosque, pero no cuál. Durante toda su vida había visto pocos mapas, y ninguno de ellos marcaba arboledas en los territorios cercanos a su hogar.
Se había ido lejos, tal vez demasiado, y eso la entristecía. Su idea había sido aquella; llegar a un lugar donde nadie la buscara, pero ahora que lo había conseguido, no sabía cómo actuar. No comprendía si debía alegrarse por haber alcanzado su meta, o echarse a llorar desconsoladamente por no saber qué hacer, cómo seguir su camino. 
Un sonido la sacó de sus pensamientos, y en un principio se alegró, pues así no caería en un pozo de desesperación, pero después se dio cuenta de lo que conllevaba aquello: no estaba sola. Lo había sabido desde que despertó, pero cuando se paraba a pensar en ello montones de ideas acudían a su mente. 
Abrió los ojos y observó. Distinguía una figura en un árbol que estaba a veinte metros de distancia, pero no podía ver quién era. Pese a que había recuperado notablemente la vista, apenas distinguía aquella sombra, y eso la desconcertaba. Tras darse cuenta de que no podría verle, decidió llamar su atención. 
¿Qué puede pasarme peor ahora? Estoy perdida, no sé cómo conseguir agua ni comida... Por muy malas decisiones que tome la situación no va a cambiar...
Aquella frase había comenzado siendo un susurro en su inconsciente, pero había insistido hasta que no podía pensar más que eso. 
- ¡Hola! - gritó -. Me llamo Leisha y estoy perdida... ¿Podrías ayudarme? 
La figura se movió y Leisha contuvo la respiración. Hizo señas con las manos para llamar su atención e intentó levantarse, pero antes de que estuviera en pie, aquel extraño joven estaba a su lado para ayudarla a sentarse de nuevo. 
Le miró ensimismada, era un joven hermoso, pero algo no encajaba. No era igual que todos aquellos con los que se había criado, no era como sus hermanos, ni tampoco como su padre o los demás hombres de la aldea en la que había vivido hasta entonces. Era diferente, sus facciones eran más delicadas y parecía más frágil, pero parecía tener más fuerza y seguridad que cualquier otro humano normal. Sus manos eran firmes y su rostro dulce y sereno. 
- No... no te preocupes, estoy bien - consiguió decir ruborizada.
El chico rió y la miró a los ojos, sonrió y se separó un poco. 
- Te... Hummm... - frunció el ceño e hizo una mueca.
- ¿Te...? - repitió Leisha, un tanto extrañada.
- Co... Comida - dijo él con torpeza.
- Ah... Sí... Tengo hambre... - contestó ella aliviada.
El joven se alejó por el bosque, dejando sola a Leisha, para buscar comida. 
Mientras, la muchacha pensó en él, se le ocurrió la idea de que fuera otra raza, pero la descartó. Aquel chico era humano, o al menos en parte...

lunes, 27 de febrero de 2012

Luz de sauce

Al despertarse, Leisha estaba agotada. Le dolía todo el cuerpo y no sabía dónde estaba. Lejos de su casa, eso lo tenía claro. Se acordaba perfectamente del motivo por el que había huido, y le seguía pareciendo una buena razón para hacer lo que había hecho. Le dolía tanto la cabeza que no era capaz de levantarse, así que se quedó tumbada, observando la luz que atravesaba las ramas del sauce.
Veía borroso, pues al caer a los pies del árbol la noche anterior se había dado un golpe, pero notó que algo había cambiado. Estaba cubierta por una manta marrón y mugrienta, pero que abrigaba.
Miró a todas partes, pero no distinguió nada extraño aparte.
¿Dónde estoy...? ¿Qué ha pasado?
Montones de preguntas aparecían en su mente a cada segundo que pasaba. Y Leisha no conocía la respuesta a ninguna de ellas.

domingo, 26 de febrero de 2012

Huida

¿Por qué? ¿Por qué tienen que tratarme así?
No hacía más que repetirse aquella pregunta mientras corría entre cortinas de lluvia, huyendo de un pasado que odiaba. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas camufladas entre las gotas de agua que el cielo dejaba caer sobre ella.
La oscuridad de la noche le impedía ver lo que había en el barro, por lo que tropezaba con piedras y ramas, intentando mantener el equilibrio cada vez que lo hacía. Poco a poco se cansaba, y las piernas comenzaban a fallarle, pero no se rindió por ello, siguió corriendo, deseando salir de allí, irse lejos y olvidar lo acontecido en los últimos años.
Se adentró en el bosque sin apenas darse cuenta, pues no veía lo que tenía delante. Sus pies sorteaban todo aquello que podría frenarla en su huida sin que ella lo notara, pues no se guiaba por los sentidos, sino por su instinto. Su mente estaba lejos de allí, recorriendo todos los recuerdos de su infancia, todos los datos que se almacenaban en su cerebro.
Llegó a un claro en cuyo centro había un enorme sauce llorón, comenzó a temblar y se desplomó en el suelo, a los pies del árbol. Entre llantos, se sumergió en un largo sueño, sin ver al joven que se acercaba lentamente por su izquierda.

martes, 21 de febrero de 2012

Convicción

- Te quiero - dijo convencido.
- Ah, eso no es una noticia nueva - contestó ella divertida. Levantó la vista y descubrió que el chico la miraba directamente a los ojos, sonrió y le acarició la mejilla -. Yo también -repuso.
El joven se inclinó y la besó en los labios, mostrando que lo que decía era cierto.
- Sabes que el amor no es eterno, ¿cierto? -preguntó.
- Sí... -respondió su compañera intrigada.
- Pues bien, haré lo imposible para conseguir que el nuestro si lo sea -sonrió y la besó de nuevo.
La chica lo miró de nuevo, aliviada pero confusa.
- ¿Por qué me dices esto ahora? -preguntó con curiosidad.
- Porque quería que lo supieras -dijo él mientras sonreía-. ¿Acaso no es un buen motivo?
- Si, lo es.
- Me alegro, porque no es fácil convencerte -le sacó la lengua y sonrió de nuevo.
La muchacha correspondió a la sonrisa y volvió a bajar la vista, contemplando los apuntes que había tomado en clase y ahora pasaba a limpio.
- ¿Y por qué no es fácil convencerme? -inquirió pasados unos minutos.
- Bueno... pues... -recapacito el chico, dándose cuenta de las consecuencias de decir algo sin estar seguro-. ¿La verdad? No lo sé... -se llevó una mano a la barbilla en gesto pensativo.
- Entonces piénsalo, te dejaré tiempo, pero me gustaría saber por qué lo has dicho -la chica sonrió y siguió escribiendo.
- Jo... es que es difícil... -se quejó su amigo.
- Ah, entonces no haberlo dicho -sacó la lengua, repitiendo el gesto que el chico le había hecho un rato antes.
- Pues... es que siempre me llevas la contraria -repuso él, intentando buscar alguna excusa.
- Mentiroso, eso no es cierto y lo sabes, busca otra excusa mejor que te veo venir.
El joven rió, viendo que no con cualquier cosa podría distraerla.
- ¡Ah! ¡Ya sé! -exclamó-. ¡Porque nunca consigo disuadirte para nada!
Ella le miró divertida y frunció el ceño.
- Me estás diciendo lo mismo que al principio: que no puedes convencerme de nada.
- Bueno... pero... -intentó retroceder-. Agg... me rindo.
- Aprende para la próxima... -dijo ella tras sacarle la lengua-. Te quiero -sonrió y le besó con dulzura.

viernes, 17 de febrero de 2012

Gris inhumano

Su mirada se paseaba por el paisaje buscando algo, sin embargo, ella no sabía que era aquello que tanto ansiaba ver. Su vida, anteriormente perfecta, se había derrumbado en apenas tres días, sin motivo aparente. Había disfrutado cual niño con un juguete nuevo mientras crecía, pero algo había pasado mal, llevándola a una situación terriblemente extraña para ella. No sabía desenvolverse así, sólo mantenía en su mente las instrucciones de cómo ser una niña mimada, no conseguiría ganarse la vida sin ayuda.

Estaba sola, no podía quitarse ese pensamiento de la cabeza, y es que era cierto. Ya no quedaba nadie a su lado, ninguna persona capaz de apoyarla y ayudarla a reemprender de nuevo su vida. Nadie.

Pese a todo, la joven conservaba las ganas de vivir más que nunca, en aquel momento lo que más ansiaba era renacer, crear una vida nueva y ser una persona completamente diferente, no cometer de nuevo el error que la había llevado a aquel caos.

Comenzaba a hacerse de noche, pero ella no tenía prisa, no tenía ningún lugar al que acudir, tendría que ingeniárselas para poder dormir en alguna parte... si es que recuperaba el sueño. Ahora era completamente diferente, había adquirido un poder, pero aún no sabía cuál era. Desde que había accedido a cambiar, todo había ido de mal en peor, y es que a veces las cosas están bien tal cual.

Sin embargo, ella se había cansado de su vida, aquella monotonía constante en que nadie la tomaba en serio pese a que todos la mimaban. La consideraban ignorante, aunque en realidad no lo fuera. Estaba segura de que podría dar mil vueltas a cualquiera de las personas que la habían adulado, y lo había conseguido. Todos habían pedido piedad, sin saber qué habían hecho en sus miserables vidas para merecer aquel cruel destino que recibieron.

Una sonrisa siniestra apareció en su cara, por fin lo había conseguido, por fin había cambiado su vida, se había vengado de todos aquellos que no la tomaron en serio, y ahora pretendía hacer las cosas de una manera diferente. Nadie osaría ofenderla, quien lo hiciera lo pagaría caro, muy caro.

Había cambiado, sí, y eso le gustaba. Ahora era temible, harías bien en no acercarte a más de veinte metros a ella. Sus ojos lucían de un gris inhumano después de haber perdido todo el color que los caracterizaba. También había sustituido su ropa, que había pasado de ser el característico vestido de un noble a basarse en un traje negro ceñido a su cuerpo que dejaba a la vista su estómago y los muslos. Calzaba unas botas que llegaban poco más abajo de las rodillas y el cabello, negro como el carbón, caía por su espalda hasta llegar al lumbago.

Sus labios, rojos como la sangre, componían una mueca que permitía ver los dientes, blancos y relucientes. Sus colmillos contrastaban con la dulzura de su rostro, completamente engañosa.